miércoles, 29 de febrero de 2012

Doña Soledad.

Esta entrada se la quiero dedicar a una persona que sé con certeza que no ha leído nunca mi blog, más que nada porque no dispone de tanto tiempo como para sentarse a leer cualquier pensamiento que se me pasa por la cabeza y por que creo que ni siquiera sabe que escribo. Sé que quizás jamás sepa acerca de esta entrada, mas lo único que pretendo con este relato contado a continuación es ofrecer a mis fieles lectores una pequeña pero profunda reflexión, fácil de entender, sobre algunos aspectos de la vida esta, rutinaria y, a la vez, volátil y huidiza. 

Sin más dilación, Doña Soledad.

Doña Soledad era una señora ya entrada en años, viuda de Alegría, Gabriel Alegría -un señor muy conocido en el pueblo, todos hablaban muy bien de él incluso después de su muerte- y, por lo tanto, cansada de la monotonía de los días vacíos e insólitos. Cuando murió su marido, él se llevó a la tumba todas sus ilusiones y sus ganas de comerse el mundo, de salir, de entrar, de ir de excursión  a la montaña con sus hijos, de ir a veranear a la casa de la abuela en la playa, de ir en invierno a visitar a los tíos y primos al norte, a ver la nieve, de celebrar fiestas tan bonitas como la navidad.... Perdió el sentido de su vida. 

Entró en una crisis interna de la que solo ella misma se podía salvar, tan solo tendría que mirarse al espejo y decirse: "hoy voy a ser yo quien haga feliz a mis hijos". Soledad tenía dos hijos mellizos, un chico y una chica, que se esforzaban por devolverle a su madre el brillo que perdió cuando, como ella decía, "Dios la abandonó a su suerte" o, lo que era lo mismo, cuando él murió. 

Su hija, una chica muy guapa, alta, de piernas largas, cadera alta y cintura estrecha, vientre plano -salía a su abuela- y pecho apenas existente; también acabó perdiendo el brillo de luz de ojos miel, se oscurecieron. Tras el terrible suceso, cortó su melena morena por los hombros y dejó de sonreír sin motivo. Tuvo que madurar de golpe, sin elección y bajo la presión de que debía ayudar a su madre a superar la depresión y a su hermano, que también era propenso a caer en el pozo de la triste amargura. 

Él fue, sin embargo, quien más ayudó a su madre al principio. Su sonrisa no llegó nunca a desaparecer del todo. Por muy triste que estuviera, consiguió vencer esa sensación de vacío para poder mostrar a los demás que, al menos él, era ya lo suficientemente maduro como para afrontar la realidad y vivir con ello. Sus ojos, sin embargo, también pasaron a ser más oscuros, a pesar de que nadie notase el cambio. Él era de constitución dedil, enclenque, de pocas carnes por naturaleza y, con todo, dejó de comer varias semanas -o, al menos no lo hacía delante de su madre, siempre se levantaba de la mesa  con el plato medio lleno- tras la muerte de su padre. 

Entre ambos intentaron reanimarla, mas ella no quería y, sobre todo, no se dejaba ayudar. El primer año no quiso ver a absolutamente ningún miembro de ambas familias a excepción de sus hijos. Nadie entendió su postura, pues lo lógico era que se apoyasen unos a otros y salir a flote juntos. Ella no. Ella no le encontraba sentido a quitar los visillos de la tristeza en la ventana de su vida. No quería seguir mirando a través de ella. Prefería cerrar los ojos y soñar con antaño, con cuando eran novios, cuando todo era más fácil, cuando tenía la ilusión de empezar una nueva vida en un nuevo pueblo, cultivar un huerto, plantar manzanos, ir a la plaza día a día, ir a la montaña de paseo, de la mano, hacer pic-nics, coger la moto y dar una vuelta a la sierra de Ronda...

Pero nada de eso volvería. Y eso producía que, una vez más, corrieran lágrimas por el arrugado rostro de la señora Soledad. Solamente con el mero hecho de recordar su voz pronunciando "Sole, sonríeme." sentía una puñalada invisible en el centro de su pecho, cuyo veneno se extendía por todo su cuerpo, hasta matar las mariposas del estómago, aquellas que nacieron tras la primera mirada del fallecido, cincuenta años atrás. 

Se conocieron en un puesto de flores del mercadillo de los domingos. Sobre las doce del medio día, un día de abril. Él compró flores para su amada y ella pasaba por allí, distrídamente, buscando a su hermana porque iban juntas y ella se adelantó a un puesto de garrapiñadas y luego la perdió de vista. Le confundió con un amigo que tenía en la sierra y que tan solo se pasaba por el pueblo en primavera y le saludó pensando que era él. Se disculpó varias veces por haberle hablado así a un desconocido. Él sonrió y soltó una larga carcajada tras observar la preocupación del rostro de la chica por tal estupidez. Ella siempre tendía a agravar las consecuencias de sus actos.

Resultaron ser parientes. Sus abuelos eran primos o, al menos eso pensaba su abuelo de él puesto que el de ella no vivía cuando se conocieron. Meses más tarde, tras la partida de la novia de Gabriel a Sevilla por motivos de estudios, nació el amor entre ellos. No eran lo que se llamaba en el pueblo "amigos", eran más bien conocidos de vista, se saludaban... Pero pocas eran las veces que quedaban para tomar algo en el bar de la calle principal del centro. 

Se fueron a vivir a Dos Hermanas, con mucha ilusión. Él era profesor de literatura y ella se buscó un pequeño trabajo como camarera; después trabajó en una panadería. Tuvieron que regresar al pueblo tras nacer los mellizos. Allí estaban todos los tíos por parte de padre y sus abuelos paternos también. Los chicos se criaron allí. Le cogieron gusto a la escuela, al ambiente pueblerino, al aire cargado de oxígeno día a día, al verde de los árboles, a la tranquilidad de la sombra en verano. 

Pero nada es para siempre. Un día, como otro cualquiera, le arrebataron a doña Soledad la felicidad: su marido murió. Se fue y no volvió. Nadie pudo contar cómo fue, tan solo sabían que había muerto en la fría y húmeda carretera de la sierra de Ronda, tras caer de la moto en una mala curva. Encontraron los restos de la moto al día siguiente, no muy lejos de la casa del tío Jaime, en la montaña. 

Se lo avía advertido. Se lo avía advertido como unas mil veces seguidas. "No estoy del todo convencida de que debas salir esta mañana, tras haber llovido de noche." Tan solo era una tormenta veraniega, no iba a pasar nada. Él sabía como el que más enfrentarse a la carretera, domar a su motocicleta y volar sobre las ruedas. "Ojalá solo se hubiera partido una pierna.", se estremecía Soledad. Nada hubiese cambiado. 

Pero ya era tarde para arrepentirse. La decisión ya estaba tomada, el camino ya estaba elegido, el rumbo ya estaba escrito. Y le condujo a la misma muerte. Un nuevo estremecimiento sacudió de pies a cabeza a Soledad. Ella hizo jurar a sus hijos que no volverían a montarse en una moto. Y ella misma lo juró. 

Vivía, desde entonces, con los ojos hundidos en sus ojeras, con la inexpresividad de una muñeca de porcelana con un brazo roto, con los hombros caídos y con dolor de rodillas cada vez y bajaba y subía las escaleras de caracol de su casa.

No estaba dispuesta a cambiar nada. Se anclaba en el pasado y se preocupaba en exceso del futuro, sobre todo en el de sus hijos; dejaba pasar el presente, sin pena ni gloria, con más apatía que desesperanza. Las mujeres del pueblo, cada vez que la veían, la intentaban animar con su alegría natural, con algún que otro piropo, algún que otro "Venga, mujer, que hoy es fiesta en el pueblo" o "Que hoy luce un sol precioso; no te quedes en casa, vente a mi casa y charlamos". Pero ella nunca lo hacía, nunca quedaba con sus amigas, por miedo.

Ellas, por el contrario, la visitaban a menudo, tomaban café por las tardes. Alguna que otra señora de entre su grupo de amistades le contaba el cotilleo de turno o su vida personal. El caso era distraerla. Había desaprendido a vivir.

Gabriel, su hijo, pensó esperanzado que quizás su madre saldría del circulo de amargura en el que su madre había entrado con su boda con Esperanza en Sevilla. Eso la animaría, o eso creía él. No se esperaba que fuera a derrumbarse en la iglesia. Él estaba profundamente enamorada de Esperanza, llevaban mucho tiempo juntos y llevaban otro tanto pensado en casarse formalmente.

Era el sueño de Esperanza. Una gran boda, que reconciliase a todos sus familiares y parientes con sus amigos y con los conocidos de su novio. También soñaba con su vestido de boda desde que fue por primera vez a una, a la de su prima, cuando tan solo tenía seis años y dos huecos en la sonrisa.

Soledad veía en Esperanza la luz que ella tenía cuando empezó a descubrir las maravillas de la vida: enamorarse, casarse, comprar un pisito en el pueblo, formar una familia... Los días que precedían al gran evento, suegra y nuera fueron juntas a la heladería del pueblo para charlar. Los ojos verdes de Esperanza, grandes y vistosos, muy expresivos, sorprendieron a Soledad gratamente. Se conocían desde hacía mucho, pero jamás la había visto tan nerviosa.

Ana, la hermana de Gabriel, también quedó con ella pero esta vez en Sevilla para buscar juntas el vestido perfecto. Ellas eran buenas amigas, a pesar de que se veían más bien poco. Esperanza se decantó por un vestido blanco de palabra de honor, largo y con mucho vuelo. Ana, por el contrario, odiaba todo el tema de las bodas, decía que no era necesario tal cosa cuando ya vivía con la persona de sus sueños día a día en su propia casa, nada cambiaba que estuviesen o no unidos en santo matrimonio. A parte, no creía en la iglesia. Prefería abstenerse a comentar sobre temas religiosos; su hermano, no obstante, no pensaba lo mismo.



~~Continuará~~


jueves, 9 de febrero de 2012

Si volviera a nacer

Si volviera a nacer, si renaciera tras la muerte, corregiría millones de errores y fallos. Empezando por mi comportamiento en la guardería, en el jardín de infancia, en primaria. Si pudiera, vencería todos mis miedos, arrancarlos de raíz desde el primer día en el que sentí miedo escénico, miedo a hablar en público, miedo a expresar mi opinión -irracional, estamos a hablando de cuando era bastante más pequeña- y, sobre todo, corregiría la impulsividad con la que realizaba mis actos. Pequeños ataques de rabia, ira, frustración. Haría caso a mamá. Sin dudarlo. 

Apartaría a un lado los celos de mi hermano pequeño, desde el principio. Volvería a pelearme con mi madre por bañar a mi hermano, peinarle, secarle el pelo, vestirle, darle de comer, darle el biberón -infinidad de veces intenté convencer a mi madre para que me dejase hacerlo y todas me las negó; me cansé y en vez de quererle le odié. Le odié como una hermana mayor de siete años podía odiar a un renacuajo de dos años al que sus padres y la familia en general querían más por ser la novedad; me sentía desplazada, sustituida...- ver los dibujos con él, jugar con él...


Pero todo era una pelea. Siempre acababa él llorando... y yo, tras una riña de mi madre o un guantazo de mi padre, también. Él lloraba porque él quería algo y yo quería lo contrario. Discutíamos y, mi odio siempre hacía arrepentirme de mis actos impulsivos. Le pegaba. Le insultaba. Enano. Gordo. Vaca. Foca. Moco. Chinchorro. Vete de mi vida. Devuélveme a mis padres. Devuélveme mis juguetes, mis pinturas, mis caprichos. Devuélveme la vida que me quitaste antes. Antes era una niña malcriada. Antes era yo a la que todos miraban con buenos ojos, yo era la pequeña, la favorita de la abuela. Llegó el "regalito" y mi vida perdió sentido.

Si pudiera renacer, la chica de esa nueva vida, en vez de tomarse el nacimiento de su hermano como, egoístamente, una desgracia -era, hasta cierto punto, normal, era pequeña, todos hemos sentido celos de pequeños- ,se alegraría un montón, sería paciente y sería más positiva, muchísimo más.  

Todo esto al mismo tiempo que, en el colegio, todos me llamaban la "Harry Potter" porque, desde pequeña tengo el pelo jodidamente rebelde y enredoso y, claro, a mi madre le convenía no perder mucho tiempo peinándome. Con todo el jaleo que teníamos para cuidar al bebé, cómo iba a detenerse más de diez minutos en cepillarme el cabello. Tijerín, tijerón. Peinado de Son Gohanda. O más bien de Pam, su hija -.-U


Fue la solución más apropiada para una niña que acababa de empezar la primaria con un defecto en la vista -fue entonces cuando empecé a llevar gafas, en el salto de infantil a primaria- , miopía. Desde tan pequeña y ya con gafas. Entonces, yo era la única que las usaba. Era, por lo cual, la rara de la clase. La desventajada. Todos gozaban de una perfecta y clara visión desde que abrían sus ojos por la mañana al despertarse hasta cuando los cerraban por la noche. Todos menos yo. 

Era lo mejor, claro, para una niña insegura de sí misma, algo tímida aunque impulsiva y risueña, que le atribuyeran una imagen tan...¿cómo decirlo? Tan fácil de criticar para otros niños de mi edad. No obstante, yo no era nueva en la clase. Solo que nada más que había tenido amistad con una compañera que, desgraciadamente se fue justo cuando la empecé a valorar como mejor amiga -Irene, si lees esto algún día, espero que no te pongas triste-  y otra, y otro compañero. Y ya está. Yo era, en ese sentido, muy cerrada. Nunca jugaba con otros que no fueran esos, mis amigos. Me escudaba en ellos dos y cuando alguno de los dos faltaba a clase me sentía vacía. 

Ahora creo que, superaría mis miedos, me enfrentaría al primer compañero que se rió de mi llamándome "gafotas", le contestaría en vez de dejar la astilla clavada, día tras día. Me enorgullecería de lograr la amistad del grupo de niñas, la amistad que nunca pude conseguir, por desgracia. 

Otra fase por la que pasé fue cuando descubrí que mi mejor amiga no era en realidad como yo la veía. La idealizaba. No veía que yo era siempre la que ponía la mano para ayudarla y ella nunca me ayudaba a mi en nada. Se reía de mi a mis espaldas. Yo negaba y negaba, y una amiga me abrió los ojos. Una repetidora. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer mismo. Aun tiene ese brillo tan especial en la mirada. Esa cara suya tan angelical. No diré su nombre, mas, WG, has de saber que desde esa parte de la primaria hasta ahora, has estado a mi lado cuando más lo he necesitado y, hasta que no fueron llegando otras personas también muy importantes para mi y de las que en breve hablaré, has sido uno de mas pilares, mis apoyos. 

Creo que en ese aspecto no cambiaría absolutamente nada. Espero, si renazco algún día, volver a gozar de tu amistad, alma gemela. Sí, de pequeña pensaba que éramos almas gemelas. Después, llegaron los celos. Más avanzada la primaria, conseguí hacerme amiga de Xú y de otras dos compañeras que hasta ahora me han demostrado ser muy buenas personas. Repitió la ex-mejor amiga de WG y me puse cesola de su amistad con ella. La odié a muerte. Odié que ella me robase a mi mejor amiga. No la soportaba. ¿Qué tenía ella que no tuviera yo? Hacía mucho tiempo que no se hablaban. Pero, al final acabé cambiando. Tarde o temprano me disculpé con ella por mi comportamiento y mi forma de ser con ella. Y, hasta nos hicimos amigas.


Llegué a olvidar todo lo anterior que conocía sobre ella y empezamos de cero. Lo que se llama borrón y cuenta nueva. Xú y WG, paralelamente, afianzaron su amistad mientras yo lo hacía con la otra chica. Me puse celosa de ellas, pero ahora me alegro un montón que en ese tiempo cogieran tanta confianza.

Quizás en otra vida seré menos rencorosa, menos infantiloide y quizás no me tome las tonterías de primaria tan apecho como me las tomé en su momento. Pero, reconocedlo, todo eso era normal. Hasta esa edad todos o casi todos hemos vivido situaciones parecidas. Sinceramente, yo no era el ejemplo de niña modelo, sin embargo, tal y como yo lo veo ahora, me veo como una niña endemoniada. Mas, la gente que realmente me conoce sabe que soy propensa a exagerar todo.

La siguiente etapa por la que pasé -5º de primaria, oh, que lindos recuerdos- fue una de las mas duras. Entré en un ciclo más complicado, la tutora que tenía en vez de ayudarme con mis problemas de concentración me desayudaba con sus sermones. Y, aun así yo no me lo tomaba a mal. Me acabé entendiendo con ella. Difícil pero cierto. La comunión, los amigos -más bien amigas- los familiares, la fiesta, los regalos... No llegué a entender nunca porqué la tuve que hacer. En fin. Tampoco lo hice en contra de mi voluntad.

El curso de 5º se me hizo especialmente dificil. Me mandaban mucha tarea y, para colmo yo escribía lento ;___; Era despistada y olvidadiza -nada que ver con el presente, apenas- y, para colmo, poco responsable. No diré cuántas asignaturas suspendí. Dejémoslo en varias. Más de las que mis padres -y yo misma- se esperaban. Los niños se metían conmigo. Y, en especial, el chico con el que todos se metían. Era un círculo vicioso: los chicos se metían con él y el se metía con la chica que había suspendido más asignaturas que él. Muy lógico. Y mira que el chaval no era precisamente mala persona. Al revés. Yo le ofrecía mi amistad y el me salía con esas. Que le den.

Mis padres me apuntaron en las clases particulares en las que he estado hasta junio del curso pasado. Desde que me apunté allí mis estudios fueron viento en popa a toda vela. Tuve algunos problemillas al principio, al entrar en ESO con el profesor de ciencias de las clases -no existe humano que tenga paciencia para explicarme a mi un problema de física o de tecnologías, o por lo menos antes antes no- ,nada importante.

El verano de 6º de EPO a 1º de secundaria mis padres me regalaron lo que llevaba esperando desde que usaba gafas y sabía que había otra solución para mi problema de visión: lentillas. Por primera vez en mucho tiempo mi miedo, mi defecto... Me sentí a gusto con migo misma. Me gustaba. Ya nadie creería erróneamente que tenía los ojos marrones. Es más, hasta entonces, algunos pensaban que mis ojos eran oscuros. Palurdos.

La verdad es que no me quedaban bien las gafas de pequeña. O, al menos, no los modelos que mis padres me compraban. He llegado a tener 6 pares de gafas. Cambiar de gafas, año sí, año también. Pero, curiosamente, desde que uso lentillas no me sube nada la miopía. Nada. Nada, comparado con cuando estaba en primaria. Poquísimo.



Entré en secundaria con los miedos que las amigas de mi madre que tenían hijos mayores sembraban en mi autoestima. Por suerte, no fue tan difícil. Ahora recuerdo con cariño a la sustituta de français, era una bellísima persona. Los mayores del colegio decían que la profesora a la que sustituía era buaf... la ponían a parir -sí, literalmente, se pidió la baja por maternidad ._. - y la profesora de leguna bof... Tenía miedo de perder a la buena de la sustituta. Tenía miedo de no aprobar una nueva lengua.

Esa era otra. Me obligaron a elegir o, más bien, me pusieron en clase de francés porque saqué más de un suficiente en lengua -un 6, para concretar- y porque no presentaba dificultades como para no poder aprender otro idioma y porque, también, me gustaba el inglés y se me daba bien. Me intentaron lavar la cabeza. Me pusieron en francés para poder dividir la clase compensadamente; es tontería.

Quizás si renaciera no me enfadaría con el idioma en sí, por no haber podido rechazar esa posibilidad. Ahora creo que tenían razón, yo estaba perfectamente cualificada para sacar un francés hacia delante sin problemas. Me costó al principio, pero lo hice. Mis padres estuvieron muy orgullosos de mi porque pensaban hablar con la directora si mis notas en francés y/o lengua bajaban para quitarme del segundo idioma.

2º de secundaria fue el curso más fácil de toda la secundaria. La profesora de inglés no era tan terrible ni mucho menos. Todo lo contrario. La gente a veces no sabe lo que dice. Ningún profesor era tan terrible como para tenerle miedo. En 2º no me esforcé demasiado y saqué muy buenos resultados.

Si pudiera retroceder en el tiempo, en el 2º trimestre de 2º me habría apuntado a algo, no sé, dibujo o algo. Ahora que lo pienso, el nivel era bastante bajo.

El tercer curso fue complicado. Ninguno de los compañeros quisimos enterarnos de que era el momento de poner toda la carne en el asador, de esforzarse. El 1º trimestre fue un desastre total para todos. Cogimos fama de apáticos  y de negativos. Pero todos los que dijeron eso se comieron sus palabras en junio. En general, todos subimos como la espuma, supimos levantarnos tras el bache y caminar, correr y coger mucha más velocidad de la que todos creían. Nos superamos, sí, nos unimos. En el 1º trimestre di clases de informática creativa, pero lo dejé, me ocupaba demasiado tiempo.

Ese año se unieron al grupo Rou y otra compañera. Me alegré mucho de que esa compañera cambiase sus amistades por nuestro grupo. Se dio un cambio de aires; cambió muchísimo su personalidad. Creo que emepezó a crecer como persona ese año. Yo lo veía así. Una chica tímida, aparentemente normal, no muy extraordinaria, cambió y se volvió extrovertida y alegre. Floreció. Su sonrisa poco a poco ocupaba mayor espacio en su cara, sus ojos empezaron a brillar de felicidad. Hasta hoy.

Por otra parte, Rou también creció. Comenzó siendo una chica entusiasta y explosiva -en el mejor de los sentidos, era una bomba de alegría contagiosa- que sufría trastornos bipolares -risas, risas...- y que aun no había conocido el amor. Y acabó encontrándolo. Nunca me alegré tanto de ella lo encontrase, y no solo por el hecho de que gracias a ella yo encontré el amor. Cuando encontró el amor fue cambiando poco a poco hasta hoy. Sinceramente, no voy a mentir, prefería a la amiga de antes. Pero la gente cambia y yo no puedo impedirlo. Ante todo, está su felicidad.

Así pues, formamos un grupo de cinco miembros. De vez en cuando se anexoraba Roxas o Ed-kun, pero no salían con nosotras al Retiro. El invierno de tercero comencé a salir con Rou y sus amigos al retiro. Quedábamos allí y por inercia acabábamos en el Mamelón. Era como si no hubiese otra alternativa, como si el retiro solo fuese un punto de encuentro para todos, un lugar de paso para ir al Mamelón.

Quizás me arrepienta de escribirlo, pero aun así lo haré. Mi amistad con Xú y WG se debilitaba a medida que yo salía con Rou. No me parecía lógico quedarme un sábado en casa pudendo salir, por poco que me gustase el Mamelón. Pero Xú era de principios. No le gustaba y punto. Nos enfadamos. Hubieron guerras frías, guerras con cañonazos, de todo tipo. Acabé amargándome.

No sabía si lo que hacía estaba bien o mal. No creía sustituir una amiga por otra, pero es que, simplemente, nos habíamos alejado porque ella no quería salir al Retiro, no quería ir donde todos iban. Ella, al igual que yo, quería ser diferente. Ir contracorriente. Claro, pero yo era más sociable, más dada para conocer personas y hacer amigos, no me costaba nada hablar con la gente. Éramos tan distintas.

En medio de ese embrollo, mi corazón sufría. Tenía otras intenciones al ir al Mamelón y ella no lo entendía. ¿Acaso era algún pecado andar detrás de un chico? Ella sabía que yo era enamoradiza e impulsiva, lo sabía. Pero no lo entendía. Ella no sabía lo que era ver a un chico y morir de ganas por un abrazo, por una sonrisa, una foto...

Estúpida. Fui estúpida. Estuve a punto de cometer un grave error. Pero, tan solo estuve cerca. Nunca me tuve que arrepentir de nada. Bueno, a excepción de mi equivocación al mirar sus ojos. Nunca debí mirarlos.

Daría lo que fuera, mi alma, lo que sea por poder retroceder en el tiempo, poder cambiar todo eso, toda esa situación, mi comportamiento, mis errores. Mis errores garrafales. Como siempre, éstos me separaban de la felicidad. Mis equivocas decisiones me arrastraban al peor de los caminos. Acababa tirándome de los pelos por ellas. Si existiera la vida tras la muerte, si pudiera revivir, todos los errores se esfumarían sin pensarlo. Actuaría con sensatez y dejaría el orgullo atrás. Cesarían las peleas antes de empezar. No lo dudo.

Más tarde llegó el XII Salón Manga y con él la comunión de mi hermano. Sábado de SMJ. Jodidamente perfecto. Renuncié a formar parte de un grupal de VOCALOID en el que yo era Rin Kagamine (uno de los personajes insustituibles e imprescindibles, la mano derecha de la protagonista, Miku Hatsune) porque el concurso de cosplay grupal y actuación en grupal era ese sábado. Aun así, fui viernes y domingo. Con Roxas y con mi hermano (cosplayer de Mario Bros; bigote incluido). Me encontré con Rou, compañeros de clase, familia, retiro y mamelón. Y con Xú y WG.


Me separé de con quienes iba para ir con ellas dos. Se enfadaron conmigo. Me costó caro dejar de lado a la familia en un lugar tan sumamente lleno de gente. Como una aguja en un pajar, me costó encontrarlos. Y no los encontré.

Nunca debí elegir entre la familia y los amigos. No supe entender que la mejor opción para todos era estar todos juntos, para no perdernos, para evitar malentendidos, para evitar silencios dolorosos.

Ahora viene lo mejor, mi relato favorito, la parte más reciente y la más bonita de mi vida, la que más me gusta recordar. Feria del Caballo 2011. Todo pasó y no pasó nada. Y con esto se resume todo. No me quise dar cuenta, cuando tenía ante mis ojos quien tenía escondida la llave de mi felicidad. Ladrón, ¿dónde estuviste todo este tiempo mientras sufría? ¿Dónde estuviste cuando lo de las gafas, dónde estuviste cuando lo de mis amigas, dónde estuviste cuando peleaba con mi hermano? ¿Dónde estuviste cuando me sentí débil e insegura? Perdido de la vida.

Palabras textuales: "[...] que yo no quiero que me emparejes con nadie. Estoy muy bien sola. Estupendamente . Por favor, a mi no me metáis en las tonterías de las parejas en el grupo. Yo no juego." Conversación 28 de Mayo, cumpleaños de WG en el cine. ¿Qué hizo el destino? Trollearme. Desengañarme. Pues estaba engañándome. Creí que cuando todos los problemas se solucionaron -no hay mal que por mil años dure-, justamente desde la feria, ya era feliz. Me sentía feliz. La calma tras la tempestad. La sonrisa tras las lágrimas.

Empezó una buena época. La mejor. Sin duda alguna. Justamente al día siguiente empezó el comienzo de mi verdadera vida, la que me merecía, una vida feliz. Junto a alguien que se fijó en mi y pudo ver entre las oscuras nubles una luz. La pudo ver. Es inexplicable. No tiene explicación.

Te planteas cambiar y ser feliz, y empezar por un verano feliz, por poner una meta y, al día siguiente ocurre semejante suceso. No me lo creo. No me lo creí. No me lo creeré hasta que muera. ¿Pero cómo...? No hay respuesta. No la hay, tan simple como eso.

Ojalá renazca alguna vez contigo de la mano, desde el principio, desde pequeños. Una vida entera a tu lado. Pero eso es demasiado pedir; me conformo con unos no muy buenos primeros años de vida y el resto absolutamente perfectos. Porque estarás tú. Lo sé.