lunes, 30 de abril de 2012

Imborrables momentos que siempre guarda el corazón.

Tardes enteras llorando de felicidad, asfixia y dolor de barriga de tanto reír y reír sin parar.
 Días enteros ausentes, llenos de melancolía, esperando que las manecillas del reloj corriesen sin freno hasta los segundos más cercanos al cuello de tu camisa.
Noches en vela recordando el presente, ansiando el futuro. Rememorando el pasado, aquel que aún recuerdo como ayer. Noches iluminadas por una luna entera de esplendor, llena, blanca como la nieve y pura como la  primera sonrisa de verano; en un cielo oscuro salpicado por miles de estrellas, a cada cual más radiante y distante. Años luz para llegar.

Sí, no era tan difícil llegar a casa con una sonrisa. "Soy feliz.", decía mi presencia, "Soy enormemente feliz. Soy más feliz de lo que jamás me imaginé. De lo que nunca soñé." Y más de una vez me planteé, ¿realmente merezco tanta felicidad? Y automáticamente me respondía: por supuesto. Demasiado tiempo ya dejaste de serlo como para no poder disfrutar ahora de la felicidad con el mejor de sus sabores: el amor. 

No fue nada difícil. Es más, fue más fácil que respirar. No tuve que pensar, que desear, que sufrir. Nada de eso. Solo tuve que dejarme llevar. Y el amor, cual mariposa, se posó en mi hombro derecho. 

Pequeñas cosas también me hacían enormemente feliz. Aprendía a abrir la mente y los oídos a una música más plena de significado y alma. El rock se hizo para sentirlo por las venas.

No pude estar más agradecida a todos aquellos que me influenciaron respecto a la música; gracias a cada uno de ellos, llevo en el corazón un poco de cada estilo: el pop de siempre dejaría un enorme espacio que rellenaría e incluso le robaría más espacio a rock, al metal -y sus derivados- , al j-pop -completamente alternativo a lo que la gente escucha- y, quizás, una pizca de ese ritmo ochentero que siempre odié -llámese Queen o llámese como quieras- sin olvidarnos de la música en español que nunca toleré: el flamenco. A decir verdad, no me gusta, sin embargo, ya no lo odio y, de hecho, me gusta El Barrio y...Y ya está.

Y es cierto, cambié. Y nunca estuve más orgullosa de mi cambio. 

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